Continuamos con DISPARATE parte 2
Puedes leer la parte 1 aquí
Decidió que se vestiría casual, no llamativa, no elegante, no informal, sino casual, como cuando se va a hablar con el gerente de un banco y luego a encontrarse con un viejo amigo, el exterior poco o nada le interesaba, sin embargo su condición femenina le impedía irse desarreglada. Enfocó toda su atención en la ropa interior, del cajón a la cama, de la cama al escritorio, de ahí al piso, ahora su cuerpo aceleraba al paso de su cerebro.
-Blanco…No… Azul… ¡No combina! ¿Cacheteros? ¿Clásicos? ¿Hilo?
En dos horas acudiría al encuentro, necesitaba decidirse.
-Ni que fuera la noche más importante de mi vida.- Pero lo era, había ahorrado hasta el último céntimo posible y lo había invertido.-Suspiró-.
Bajo una pila de calzones encontró, por accidente lo que buscaba, era perfecto. Negro, como sólo puede ser una prenda usada a lo sumo tres veces, pequeño mas no diminuto, sin bordes elásticos que intentaran incrustarse bajo su piel, la franja externa rodeaba su cadera de forma natural, dibujaba un camino tangible a la mitad de las nalgas y descendía perdiéndose en la magnificencia de la vagina para cubrir perezosamente el monte de venus. Una castaña de estilo navideño marcaba el inicio de las bragas e invitaba a desenvolverla con toda la ternura de la que pudiese ser capaz un ser ansioso.
Enmarcó el busto sin desentonar, de negro también, dejando sus toronjas firmes y estáticas, ceñidas entre el brassier, como las montañas que rodean el valle sin atacarlo.
El resto fue fácil, se metió en un jean azul clásico, usó una blusa que dejaba los hombros al desnudo sin escote y ajustada al cuerpo, negra, la prensó dentro del pantalón y la decoró con una correa delgada y fina. Con el cabello ya seco, decidió hacer nada, salvo peinarlo metódicamente cinco veces, lo llevaría suelto; adornó sus orejas y cuello con aretes pequeños de bola y una gargantilla delgada, plana, corta, orfebrería artesanal hecha con talento y esfuerzo. Por último se calzó los tacones beige de altura media y cubrió los hombros con un blazer azul oscuro casi negro.
Se miró en el espejo, estaba hermosa. Incluso ella lo percibía. En dos horas pasaría la mejor noche de su vida, debía darse prisa.
Una vez dentro del servicio de taxi, informó la dirección al conductor y se sumergió en el movimiento perpetuo de su cerebro. Podía percibir el momento en que esas manos varoniles le acariciaran la cara, le dibujaran círculos en los labios y le apretaran la cintura. Veía con fijación extraña el instante en que sus ojos se encontrarían con esos ojos pardos de brillo inusitado, imaginaba la sonrisa dibujada en esos labios dejando en libertad el blanco fulgurante de esos dientes perfectos; Y luego el beso, el éxtasis del encuentro de aquellas bocas que se deseaban sin hablar, simplemente recorriéndose, descubriéndose, memorizándose; entendía el sabor de esa lengua sobre la suya y la suya sobre aquella en una batalla campal de gustillo irónico. Esperaba anhelante que posara esa mano bajo la blusa con el pulgar en sus falsas costillas y los otros dedos en su espalda, subiendo metódicamente para encontrar la perfección de sus senos envueltos en el brassier, presentía que después de eso le quitaría la chaqueta y la blusa con calma, pero con la ferocidad de un animal hambriento, sus besos descenderían desde la boca, tocando detenidamente el cuello y a su vez desabrochando con soltura el recubrimiento del busto, en donde sus pezones esperaban rígidos y expectantes el paso de la boca acompañada de aquellos delicados dedos.
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